jueves, 21 de octubre de 2021

Un acercamiento al realismo

 Literatura realista

Un relato basado en una noticia real


Don Sergio

 

La ciudad salvó a la gente del campo cuando ya no había qué comer, también la condenó a sueños inalcanzables y a desear eternamente estar en el mejor lado. Los cerros se atascan de bloques de cemento sin pintar y techos de lámina oxidada, calles llenas de baches y basura, entre las carreteras camellones y jardineras de pura tierra y el sol que las hace parecer pequeños desiertos abandonados de la mano de Dios. Si entrecierras los ojos y miras entre las pestañas las construcciones incompletas se camuflajean con el color pálido del barro y las hierbas secas. Hay colonias más bonitas claro, entre las subidas escarpadas y bajadas empinadas que conforman las vialidades de Tijuana; quizá no colonias completas, pero sí calles con fachadas bonitas, enjarradas y con pintura terminada que no se está descarapelando, con hierba verde y plantas frescas que dan flores, con gente de dinero que tiene a sus hijos en buenas escuelas y asisten todos los fines de semana al Club Campestre, a jugar golf mientras sus esposas corren por las veredas impecables, desayunan con sus amigas en el restaurante o se dan un masaje en el spa; mientras sus  hijos toman sus clases de tenis o juegan en una de las albercas con sus amigos igual de afortunados; sus grandes camionetas blindadas, con las que se podría comprar una pequeña casa, esperan en los estacionamientos con  sus choferes y a veces hasta sus guaruras montados los esperan pacientemente. La gente como nosotros solo llega a las casas de esas familias porque hay un trabajo que hacer; jardinería, plomería, limpieza, mantenimiento, seguridad o cuidar a sus bebés y niños.

Yo no tuve suerte de llegar a una de esas casas, mi casita era de las que se fundían en el cerro, teníamos una llave de agua, que eso era bueno, porque de ahí podíamos sacar para bañarnos, aunque fuera a jicarazos, para hervir los frijoles, y para lavar todo lo que mi mamá podía lavar, éramos una familia pobre pero mi señora era muy limpia y siempre intentaba tener todo acomodado y sin tierra, fue feliz cuando le pude construir un fogoncito porque le gustaba mucho también cocinar, ahí muchos años pudo hacer sus tortillas y freír las gorditas de los festejos. En nuestras cuatro paredes de hormigón mi papá había construido una plataforma con unas maderas que se había encontrado tiradas, y ahí dormíamos todos con unas cobijas que nos habían regalado, para que no se nos fueran a subir los bichos en la noche, o los ratones, que llegaban a veces que olían comida. La gente tiraba muchas cosas por ahí, no había calles como tal, pero sí teníamos los caminitos de tierra, y toda la basura que sacaban de las casas grandes, lo que ya no querían cuando remodelaban sus casas ya perfectas, iban a parar ahí de algún modo, así que seguido nos encontrábamos cosas que nos servían, con maderas de esas también habíamos armado la letrina que estaba detrás de la casa, y mi hermana se entretenía juntando con pedacitos de azulejo de los colores que le gustaban porque según ella iba a hacer algo con eso.

De modo que pueden entender que nada era como queríamos, y nos esforzábamos en irlo haciendo cada vez mejor, pero no era suficiente, mi papá era albañil, pero como a veces sacaba chambitas y podíamos comer diario y hasta comprar chanclas y garras nuevas, a veces no encontraba nada en muchos meses. Yo, para ganar algún dinerito y llevárselo a mis jefes, desde chiquillo me iba a sacudir carros a la línea con trapos que encontraba por ahí, o juntaba bolsas de plástico para recoger la basura de los carros que esperaban con paciencia a que los del otro lado los dejaran pasar, porque ellos si tenían sus papeles; sus libritos verdes de letras doradas, con sus fotos y una calcamonía brillante con sus caras y sus nombres, y el permiso de los grandes para vivir en paz y gozar del otro lado.

 Los veía, largo y tendido, a veces hasta seis horas emocionados por pasar o hartos de esperar, hartos, pero esperando porque sabían que iban a pasar, y mientras tanto yo recogiendo basura o pidiendo limosnas cuando no encontraba con qué chambear, viéndolos comprar churros acanelados, burritas y tostilocos preparados, adornos de a tiro feos que costaban lo que a mí me hubiera alcanzado para que mi familia comiera una o dos semanas. Me acuerdo del sol que calaba, se me calentaban los zapatos de estar parado en el pavimento hirviendo tantas horas, pero luego veía a las doñitas pidiendo limosna también, con una criatura colgada el lomo y otra de la mano, o a los deformes en sus sillas de ruedas, los enfermos con muletas vendiendo sus paletitas de cajeta, y pues de qué me podía quejar, de menos tenía todo mi cuerpo sano, mi familia sana, un techo bajo el que dormir, no como los vagabundos hediondos que vivían debajo de lonas bajo los puentes y andaban con sus carritos llenos de basura caminando por las calles con sus pestes de meados y un par de perritos siguiéndolos, yo era afortunado, no el más, pero lo era.

No era suficiente. Mi papasito se cayó de un tercer piso en la construcción, y después de estar un mes en la clínica del seguro, todo roto y enfermo, y nosotros todos más pobres, se nos fue, no tuvimos ni para el cajón así que nuestros vecinos y amigos nos cooperaron para que nos lo pudieran enterrar en una fosa común de menos. Mi mamá le puso una cruz en la casa con su nombre y una foto que tenía por ahí guardada, y ahí le rezábamos y ahí lo recordábamos.

Había gente para eso, si preguntabas los encontrabas y así me encontré con el señor que me podía ayudar a llegar al mejor lado de la línea, de donde podría mandarles a mi mamá y a mi hermana dinero en verde, y de una mano en otra logré llegar hasta la ciudad de Los Ángeles, yo tenía dieciséis años, y mi primer trabajo fue con unos señores que arreglaban jardines, no sé cuando les pagarían los güeritos y negritos de las mansiones increíbles, pero a mí me daban suficiente, en las noches trabajaba cuidando unos terrenos donde guardaban maquinaria y material de construcción, y pues así ya tenía donde dormir, para todos lados llevaba mi mochila y mi cobijita, que me habían acompañado todo el camino, ahí en el terreno tenían también a una señora con su casa rodante que les rentaba el espacio muy barato, era una gringa cuarentona que se llamaba Beverly, no sé dónde trabajaba pero casi siempre salía todo el día y cuando llegaba ella yo estaba entrando a mi turno y me saludaba con una sonrisa, me di cuenta que a veces me veía por su ventanita mientras yo me enjuagaba con la llave de agua que tenían ahí, para estar medio limpio, o a veces tallaba algo de mi ropa con un jaboncito y la tendía en los arbustitos para que se secara durante la noche, porque era temporada de calor y como no había nadie, o casi nadie, pues yo podía andar en calzones mientras se secaba. Una de esas noches abrió su puerta y me ofreció bañarme en su camper todos los días, y pues de ahí me agarré, me dejaba usar su baño y yo sólo le tenía que hacer unos cariñitos y acompañarla un rato para que no se sintiera sola, no platicábamos mucho porque ella sólo hablaba inglés y yo sólo sabía español, pero como que con la mirada nos entendíamos y nos hicimos buenos amigos. Fueron unos años muy a gusto, me caían muy bien los de la jardinería y me enseñaban muchas cosas, y pues con mi doñita ya no pasaba frío ni soledad, además de que como casi no gastaba le mandaba su buen sobrecito a mi jefa que a veces me llamaba por teléfono para agradecerme y decirme que ya le iban mejorando cosas a la casita, que mi hermana había conocido un buen muchacho que tenía un buen trabajo y que se le quería llevar para Tamaulipas con su familia. A mí me daba miedo que mi mamá se quedara sola, pero desde donde estaba no podía hacer nada más que seguirle mandando dinero, entonces me contó que se había conseguido un buen trabajo en una casa de ricos donde limpiaba y cuidaba a dos bebés, y que ahí la dejaban quedarse a dormir toda la semana y con eso ya me sentí más tranquilo.

Un día mi gringuita se fue, le entendí algo de que extrañaba a su familia y que iba a viajar un rato o algo así, el chiste es que agarró su troca y se fue, entonces sentí que ya era momento de también moverme. Los amigos que me había hecho me ayudaron a conseguir un trabajo de albañil en Chicago, que estaba muy lejos, pero pagaban muy bien, no como a mi papasito, era billete de verdad, y yo tenía unos ahorritos así que le pagué a un paisano para que me metiera en su troca y me hizo el favor de llevarme, me había salido mucho más barato que el camión. Yo sabía algo de construcción de lo que había aprendido de mi papá así que con eso me dejaron empezar. Ahí fue donde todo se empezó a poner gacho, no tenía bien dónde dormir y ya no conocía a nadie, así que me sentía muy solo, luego fue el accidente, me cayó una viga en la espalda y me tuvieron que llevar al hospital, y pues ahí se dieron cuenta de que yo era mojado y así tullido y todo me regresaron. Mi mamá ya no me contestaba el teléfono, y no tenía el teléfono de la casa donde trabajaba ni de nadie más por allá. Yo ya no podía caminar y los ahorros se me acabaron pronto así que un buen día acepté una silla de ruedas medio destartalada que me habían ofrecido y me fui a la línea a pedir limosna, regresé a lo mismo porque aunque sabía ya no podía hacer jardinería ni construcción, ahora yo era el deforme que vendía sus paletitas de cajeta, cuando tenía para comprarlas, o pedía limosna con un cartoncito colgado al cuello contando mi historia, como la señora que pedía para los tratamientos de su hija con cáncer, y se sentaba a la peloncita a un lado mientras ella se acercaba con su cara de lástima a las ventanillas de los carros. Seguía siendo más afortunado que otros, las gentes que vendían comida a veces me regalaban y con los meses y años me fui haciendo de amigos, de vivir en la calle me construyeron una casita con láminas con mi propio tendido donde acostarme a descansar, me llevaban baldes de agua para limpiarme y hasta una vecina me ofrecía lavarme mi ropa que unas monjitas me habían regalado una vez que habían ido a predicar y ayudar en la colonia. De menos ya no estaba solo. Una vez al del puesto de las gorditas de nata, que se llamaba Nacho, le había contado sobre mi mamá y mi hermana y cómo se me habían perdido, y de pura buena gente me llevó hasta su casa a buscarlas, pero no encontré a nadie, ya lo poquito que había habido ahí no existía, y los vecinos que habían sido mis amigos ya no estaban, ya habían pasado como veinte años, así que nadie se acordaba de mí ni de ellas, sólo un viejito que sí se acordaba de mi mamá nos había dicho que doña Elodia se había muerto ya hacía muchos años, que se había quedado solita y muy enferma, que se había muerto de tristeza. Nadie tenía pistas del paradero de mi hermana. Yo, la verdad, todavía había tenido la esperanza de encontrarlas, de que estuvieran bien, así que me impresioné y entristecí mucho, y ahí fue cuando me pegó la diabetes. Fui perdiendo la salud que me quedaba, ya me habían mochado un dedo del pie, y ahora ya casi no puedo ver, así que no salgo ya de mi casita. Mis vecinos, yo creo porque me han agarrado cariño con los años, hasta me dicen don Sergio, me traen comida o veces ropa limpia, y hay unos que me llevan al seguro para que me den las medicinas y me regañen porque no me baño lo suficiente o porque como muchas garnachas, pero yo ya estoy muy viejo, hago lo que puedo.

La semana pasada vinieron unos muchachos, disque haciendo labor social, me ayudaron a limpiar mi casa y me dijeron que me la van arreglar, y a construirme un bañito y a traerme una cama, me dieron ropa nueva y limpia, y la verdad sí me sentí mejor y les creo. Yo les di lo único que tengo, que son las historias de mi vida y de las personas que tuve la suerte de conocer, y les hablé de mi hermana desaparecida. Ellos me pidieron permiso para tomarme unas fotografías y me prometieron que me iban a ayudar a encontrarla, que con el Feis y el celular ahora se encuentra gente y que me iban a estar visitando para avisarme, porque yo ni teléfono tengo. A ver qué pasa.


H. Chávez





3 comentarios:

  1. Muy interesante relato, siempre tomando en cuenta que fue hecho a partir de una historia real.
    El lenguaje es coloquial, musical en cierta forma, aunque a veces el tiempo gramatical va y viene, lo que confunde un poco.
    La estructura es también algo confusa ya que las oraciones no parecen tener fin, lo que "no deja respirar" al lector (pausas).
    Creo que hay muchos "habías" (28 en todo el relato).
    Sólo falta pulir, aunque es entendible; el esqueleto del escrito está ahí, aunque naturalmente es difícil hacer taller trabajando en los confines de tiempo de la materia.
    ¡Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Excelente trabajo, muy apegado al realismo clásico, especialmente en la adición de adjetivos; la sintaxis se encuentra ordenada para ofrecer una expresión estética evidente, recomendaría no abusar de ciertas expresiones que oralmente sonarían excelentes pero que pierden especificidad semántica al momento de leer a velocidad mental, fuera de esto es un gran escrito que mantiene un paso lineal.

    ResponderEliminar
  3. Me encantó tu relato, Hortensia. Creo que logras con éxito la creación y el desarrollo de tu personaje. Te hago énfasis en este aspecto porque me parece que no es fácil de conseguir. En numerosas ocasiones he leído textos de autores cuyos personajes femeninos, reproducen su propio discurso (de hombres), su propia ideología, sus valores, su mentalidad y, como resultado, no se cree uno que sea una mujer la que esté hablando. Y también me ha tocado el caso contrario: autoras cuyos personajes masculinos no son verosímiles, porque fracasan al ponerse las gafas del otro género para ver el mundo desde su perspectiva.
    Me parece que tú lo logras muy bien. Yo veo un texto trabajado, revisado, sólido.
    Me gustó cómo conectaste las referencias de la infancia de Don Sergio, (cuando él veía a los que pedían limosna en silla de ruedas y él era un chiquillo que podía ir y venir corriendo para todos lados), con lo que finalmente le ocurre a él mismo hacia el desenlace del cuento. Me gustó que a pesar de ser un relato sobre acontecimientos marcados por el dolor, la pérdida, la pobreza, la separación, de alguna manera, el personaje mantiene la esperanza y el optimismo, y da gracias por la ayuda que recibe de quienes se encuentran a su alrededor. Creo que hacen falta más historias de éstas. Escribir sobre la desesperación, la tristeza y la tragedia está bien, pero ya tenemos bastante de eso en la vida real. Yo celebro cuando encuentro inspiración y esperanza en lo que leo. Gracias por compartir.

    ResponderEliminar