Ma. de Lourdes Peregrina Nieto
Los días se suceden uno tras otro medidos por
horas de sol y horas de sombra. Cada día se trata de encontrar fuerzas para
empezar de nuevo. En la madrugada, llegan los sonidos del tren, del mar, del
viento que se va retirando con la noche. El calor empieza temprano, aunque el
cielo luzca gris. No corre el aire.
En el horizonte: hileras de tuppers vacíos
se elevan hacia el cielo… cucharas, tenedores, vasos, muchos vasos, enjuagados
acaso la noche anterior (para evitar que se peguen los restos), a veces tallados
con rebanaditas de limón para quitar los rastros de olor a “choquilla”. Dos
cestos de ropa sucia (pareciera que no se hubiera lavado en días o semanas, pero
escasamente han trascurrido unas horas desde que se echó la última carga a la
lavadora). En el sillón, yacen las prendas de la familia destendidas la noche
anterior, para evitar que les cayera el sereno; algunas deberán volver a la pita
porque no terminaron de secarse.
El ama avanza por la casa haciendo la lista
mental de los quehaceres. Los gatos de la calle que vienen a pedir comida,
maúllan en el portón. Es necesario salir a darles una ración que cada vez se
hace más pequeña porque ellos se vuelven más numerosos. También hay que salir a
ver si hay agua en la llave de paso, porque de lo contrario si se enciende la
lavadora, se corre el riesgo de agotar la del tinaco. En el piso de la cocina
aguardan unos amigos incondicionales: polvo, grasa, moscas, cabello, pelo de
gato, croquetas regadas, el olor de la basura que el sol empieza a calentar.
La
diminuta y caótica cocina tiene que ser puesta en orden por el ama, que
diariamente se enfrenta al reto de mover esto para que quepa lo otro y luego
regresar todo a su lugar. Pero, primero: ¡café! Tiene que hacer espacio en su
mente, espacio en su pecho, para que entren la claridad y el aire, para saber
por dónde empezar a construir ese castillo de naipes, que necesariamente estará
derrumbado en unas horas. Recuerda esas esculturas de mantequilla que vio en una
película del Tibet, que sirven para recordar que todo es efímero. Piensa en las
personas que se van a esos templos en Oriente para encontrar la iluminación y en
donde los ponen a fregar pisos o a lavar trastes. Sonríe. Ella tiene sus propios
gurús aquí con ella.
Después del café, se dirige al baño que evidentemente
necesita ser limpiado. No huele mal, pero no huele a limpio y hay que sacar la
basura. De una vez. Va por una bolsa que resulta demasiado pequeña o demasiado
frágil. La usa de todos modos. Sale con ella al patio de atrás y aprovecha para
sacar la de la cocina. Se da cuenta de que la bolsa se desgarró y están
escurriendo residuos de… todo. Mete las dos bolsas que ha colectado en baño y
cocina en otra bolsa más grande y resistente.
Trae el trapeador y limpia el
escurrimiento del piso. Ahora regresa al baño a enjuagar el trapeador. Deja que
abundante agua corra. Lo retira, lo exprime, lo vuelve a poner en el chorro de
agua. El sonido es musical y refrescante. Por fin decide que ha sido suficiente.
Vuelve a la cocina. Vierte limpiador y desinfectante sobre la mancha visible de
lixiviados. El olor perfumado llena la casa. Pasa de nuevo el trapeador
enjuagado y otra vez al baño a enjuagar el trapeador.
Ahora ladra la perra en el
portón: “ah, sí”. Le grita que ya va. Prepara cinco latas con una ración de
comida para gatos y un puñado de croquetas. Las apila y sale al portón a
enfrentar a la jauría de bestiecillas peludas que aguardan reclamando la
tardanza. Cuando deposita estudiadamente los platitos para los cinco gatos,
-dejando espacio entre ellos para que no se peleen y tratando de librarlos
porque se le enredan en los pies, todavía medio dormidos-, la perra y la gata de
casa (que estaban secuestradas por los callejeros) se meten. Hace tiempo para
acariciarlas a ambas. Luego les sirve su comida, a ellas sí, en porciones
abundantes. Vienen otros dos gatos que también son de la casa. Les sirve.
Por
fin, se da a sí misma permiso de tomar su propio desayuno. Se lava las manos
cuidadosamente y las seca. Saca la papaya del frutero y la examina. Un poco
verde. Toma un plátano demasiado maduro. Antes tiene que hacer una pausa para
ordenar la compleja arquitectura del edificio de trastes sucios. Agrupa las
tapas, separa los vasos que deben lavarse primero, los platos planos y los
hondos, lo junta en uno de los dos compartimentos del fregadero. Ahora hay
espacio para enjuagar la papaya, pero antes hay que lavar la tabla y el cuchillo
de fruta.
Recuerda que bien podría, echar a andar la lavadora y dejar que se
llene en lo que pela y pica su desayuno. Programa una carga grande y pulsa el
“play”. El zumbido sordo de la lavadora marca el inicio del ciclo y el agua
empieza a caer en una pequeña cascada. Ya enjuagada la fruta, la parte en dos.
Remueve las semillas. Busca una bolsita para echarlas. Pela primero una mitad,
retira la cáscara. Luego, la otra. Después las corta en cuadros que deposita en
un tupper de plástico con tapa. Se sirve su ración. Agrega rebanadas de plátano.
Espolvorea un poco de granola, nueces y arándanos. Todavía falta para que se
pueda dar permiso de comerlo. Lo mete al refrigerador, haciendo espacio.
Se va
al patio de atrás donde enfrenta las cimas ahora de ropa sucia. El agua suena a
que ha llenado por lo menos la mitad de la tina de la lavadora y ya exige que se
le eche el jabón y la carga de ropa. Debe darse prisa porque la lavadora es
automática y empezará a lavar dentro de poco, con o sin carga. “¡Rayos!” olvidó
que quería ir al baño. En cuanto meta la carga, va. Comienza a extraer las
prendas. Separa la ropa de cama, la ropa interior, los calcetines, la ropa
clara, la oscura, la de color.
Cuando tiene formados sus pequeños montones en el
piso, decide el turno del cuál es. Puede meter la oscura junto con algunos
calcetines también oscuros (en una funda), pero primero tiene que tallarlos en
el fregadero (el mismo donde apenas acaba de enjuagar la papaya, pues no tiene
tarja). También puede meter la clara con ropa interior, pero ha estado lloviendo
y el agua llega turbia. La ropa podría percudirse. Entonces decide que toca el
turno a la ropa oscura.
Separa cuidadosamente los pantalones, se asegura de que
las playeras estén volteadas al reverso, que las mangas de las camisas estén
estiradas. Busca con los ojos manchas que requieran ser talladas a mano. Una vez
que considera que todo está en orden, pausa la lavadora. Empieza a parpadear un
botón verde. Levanta la tapa. Vierte la primera sustancia de su coctel
limpiador. Primero cuatro vueltas de detergente (gira cuatro veces el envase
alrededor del centro), luego un chorrito de jabón de lavandería para ropa
oscura, “pétalos” de jabón Zote y un chorrito Fabuloso. Luego, se apresura a
meter las prendas más o menos ordenadas para que se laven bien. Baja la tapa y
pulsa el “play”, antes de que la lavadora tire toda el agua porque se ha
excedido el tiempo. Suspira. Parece que se ha hecho digna de tomar ahora el
desayuno. Lo saca del refri. Su hijo aparece frente a ella. Le sonríe
adormilado. -Buenos días, mi amor, ¿quieres fruta?
Totalmente cotidiano, una reproducción de la vida real de muchas mujeres mexicanas, que aunque no hablas sobre el lugar en que se desenvuelve el relato la mención de marcas conocidas lo denotan. Me hubiera gustado tener más características personales de la mujer, haciendo también referencia a la pintura de caracteres tan distintiva de la escritura realista.
ResponderEliminarSaludos
El relato en efecto logra transmitir el tedio de la rutina y la futilidad aparente de todo lo que se hace, a la manera de un suplicio de Sísifo que nos obliga a repetir las mismas acciones una y otra vez sin fin aparente.
ResponderEliminarEl cierre sin embargo le da razón a todo ello, el cuidado de un niño pequeño y también la expresión de que todo ello es una labor de amor.
En cuanto a la escritura en sí podemos notar que las oraciones pudieran estar mejor hiladas, haciendo que el relato fluya de tal manera que las actividades que se nos describen tengan esa misma "ruta" en la casa, que acompañemos a la ama en sus actividades. También se le puede dar cadencia jugando con la extensión de la oraciones.
(Creo que "toper" es la manera aceptada de referirse a los Tuppers).
Me gustó mucho el relato, y creo que únicamente hace falta un poco de taller, pero las bases está ahí. Es natural ya que no tenemos mucho tiempo para trabajar.
¡Un saludo!
Le felicito por su trabajo, un buen aporte como tal y relacionado especialmente con la cotidianidad del vivir de las personas comunes que seguramente se identificarán con su escrito, podría aportar un mayor énfasis en la finalidad de trasmisión del mensaje que intenta externar a los lectores, aunque desconozco las intenciones que tenía cuando lo concibió, esto daría como resultado una mayor extensión de la obra; aunque no veo obstáculos que le impidan alargar esta historia en el futuro, para llegar a lectores que, por demás subjetividades, no estén familiarizados con el tema.
ResponderEliminarEs interesante el texto, es como estar en la mente de la mujer, me ha recordado los días de limpieza de cada semana, y como de repente el desorden de la semana parece insoportable y hay que acomodarlo para reiniciar la semana.
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